Casida de tu cuerpo insondable
húmedas serpientes,
los anchos desiertos
de tus hondas pieles.
Y en la efímera batalla
de pechos y esclavos,
se coronarán victoriosos
los dedos,
allá en lo más alto
de tus blancas cumbres.
Con pies de gigante
avanzarán las caderas
hacia el interior oscuro
de tu vientre.
Y serán tus muslos,
trofeo ansiado
del que la Tierra
aún adolece.
Ya no habrá distancias,
tan solo ese pelo y mi palabra
susurrada torpe
sobre tu espalda.
Fernando Cerro